Isabel Araya Alemparte (Santiago, 1941) estudió Filosofía en Buenos Aires y Servicio Social en Santiago. Tras una estadía como becaria en España, se trasladó a la Escuela de Trabajo Social en la Universidad Católica de Valparaíso, desde donde salió al exilio en 1974. Vivió doce años en París y más adelante en Haití, entre el 2004 y el 2010. Hija y madre de escritores –su padre es Enrique Araya, el inclasificable autor de La luna era mi tierra; su hijo mayor, Rafael Gumucio, es uno de los mejores cronistas y novelistas del momento; el menor, Salvador Young, también novelista–, comenzó a articular estos relatos con la ayuda de la escritora Guadalupe Santa Cruz. Primeras reliquias se publicó en autoedición, y más breve, con el nombre Un ramo de colorido personal en un envoltorio común, en 2014.
Primeras reliquias es una colección de objetos rituales que se conservan para sacralizar la huella existencial de una persona. En este caso los objetos son escenas que han emergido a la conciencia desde distintas épocas, distintas edades, heterogéneas como los componentes de cualquier colección. Son epifanías del miedo, de la obsesión, de la soledad, de la extrañeza. No hay cómo no empatizar con la narradora, el personaje principal o quien sea que lleve en estos textos el punto de vista. En efecto, el punto de vista es el tema central del libro, su problema iluminador. La niña que observa el mundo es a la vez una insistente observadora de sí misma. Casi siempre aislada, recortada en el entorno inmediato, intenta ajustar su cuerpo a la mirada de los demás: quedar a foco, por aplicar un símil fotográfico. El magnetismo que genera procede de que hay una cuestión inconclusa, irregular, como si en sus páginas encontráramos los restos de una investigación secretamente quebrada. Roberto Merino.