Nació en Honduras, en 1957, y creció en El Salvador. A partir de 1979 ha vivido en Canadá, Ciudad de México, Frankfurt y Tokio, entre otras ciudades. Es innegable que su obra está marcada por la violencia que ha asolado Centroamérica en la segunda mitad del siglo XX, aunque también sería injusto reducir su literatura a ese punto. La prosa limpia y cercana de sus novelas y cuentos deja también espacio para el humor y el desasosiego.
Con la intención de “salir de mí mismo hasta donde sea posible”, Horacio Castellanos Moya comienza un diario que recoge su experiencia en Tokio, mientras escribe un ensayo dedicado a la obra de Kenzaburo Oé. El resultado, sin embargo, dista de ser un compendio impresionista de una cultura exótica, cual turista sorprendido con los tatamis, el sake y los ritos de seducción. No. El autor de El asco comienza a anotar sus deseos, frustraciones y manías, sin una gota de autocomplacencia, lo que hace que con el correr de las páginas emerja un sujeto atormentado por los llamados de la carne, ansioso de mayor reconocimiento, inseguro del proyecto que tiene entre manos. “Te has inflado. Quieres la gran obra. En tus novelitas breves eras más auténtico”, comenta en un pasaje. “Has pasado seis años hablando con ella. Ahora quieres sacarla de golpe de tu mente. Eres ingenuo”, agrega en otra parte.
Pulcro e incisivo como Canetti o La Rochefoucauld,Castellanos Moya nos entrega un ejercicio de autoconciencia admirable, narrado con un lenguaje ascético, capaz de revelar las verdades más incómodas sobre el cuerpo, el ego y el inexorable paso del tiempo.