E. M. Cioran (1911-1995) fue uno de los intelectuales más provocadores del siglo XX. De origen rumano, no solo rechazó su nacionalidad y se volvió un apátrida; además se opuso a la idea ortodoxa del filósofo y de ser uno. Para él, el pensamiento y la escritura eran una forma de soportar el mundo. Vivió en París la mayor parte de su vida y en 1947 cambió su lengua madre por el francés. Se lo suele tildar de pesimista, pues en sus escritos se refiere con ironía y escepticismo a la existencia humana y la civilización, además de reflexionar positivamente sobre el suicidio y la muerte. A pesar de evitar al público y de ser solitario, se le conoce numerosa correspondencia con grandes figuras como Paul Celan, Samuel Beckett y Henri Michaux. Entre sus libros más célebres destacan Una Breve Historia de la decadencia (1950), La tentación de existir (1956), Del inconveniente de haber nacido (1973) y Ese maldito yo (1986).
Transilvania, la patria de Drácula, es también el lugar de nacimiento del escritor y pensador Emil Cioran. Esta cercanía no es, a la luz de este libro, solamente geográfica. El conde Drácula se hizo inmortal bebiendo la sangre de los demás. Cioran, con idéntica sed, coleccionó en estos retratos la sangre de duques, condes, revolucionarios, escritores, herederos y simples diletantes que dedicaron su vida a morder el cuello de los demás. Chismes convertidos por obra y gracia del estilo en tantas joyas de prosa apurada y preciosa; un ballet impúdico donde no hay protagonistas ni personajes secundarios, ni héroes ni mártires. Ninguna grandeza, y en la más vil de las bajezas aparece algo de gracia que los redime a todos. Una galería de retratos que mueven los ojos cuando el lector pasa: una escena también digna de una película de Drácula.
Cioran va más lejos que cualquier otro historiador al contar el siglo xviii solo a partir de voces de quienes lo vivieron; la historia de los grandes hombres, como querían los manuales de antes, y también de los pequeños y anónimos, como quieren los de hoy. La historia de los grandes –Tocqueville, Chateaubriand, Sainte Beuve– se cuenta como si fuesen pequeños figurantes, y la historia de los personajes secundarios como si no fuesen menos que los protagonistas que los decapitan o exilian. Se adelanta muchos años a la moda de los documentalistas modernos: abandona la voz en off y habla a través de este u otro testimonio, del diálogo entre los muertos, que aquí se confiesan mutuamente lo inconfesable.